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martes, 2 de febrero de 2016


 Miré con calma como el fuego nacía. Los maderos secos murmuraban y poco a poco se consumían, entre dos o tres secretos se incendiaba la tarde. Tomé una silla y me senté cerca de ti, para calentarme, mientras veía tus labios, tu nariz, tus pupilas, consumirse a fuego lento, muy lento…tu en cenizas. Yo inhalando el polvo de ayer…lejos de ti hace frío; cerca es fácil quemarse; dentro, calientas el cuento, así que prefiero inhalarte. El momento en el que al firmamento lo iluminaba tú instante, el instante en el que el sol iluminó tu firmamento, intenté en el viento llevarte y pasearte. Pero era difícil con tu cuerpo hirviente, entre mis manos, muerto.
Miré con calma a tu cuerpo en llamas marcharse, quemarse tu piel, el papel donde habitaban todos mis cuentos, un extraño acento aparecía al hablarte, y el humo parece acariciarme como en otros lugares, en otros momentos…no solo me atormento y es que no es fácil quedarme mirando el letargo crudo y lóbrego, en el que el amor se ha vuelto.
Desaparecían tus marcas, no iba quedando nada de tu jaula llamada cuerpo. -Cierto es que solo eso vemos- me decías en las tardes – pero eso no significa que solo eso exista y que todo sea cierto. Las palabras al igual que tus palmas, se iban dejando huellas en alguna parte, más allá de mi carne, de mis sesos o mis huesos, solo eligieron en la playa de mí ser, quedarse. Hay mares y cenizas que se llevan por dentro.
Me mutilo entre las pruebas de un delito flagrante, cuando el “delito” fue mirar y continuar mirándote, siempre particular, sutil y silenciosa, cual amor o muerte, verte siempre fue quererte, querer: quedarte y quedarme. Te veía en llamas envuelta y aún así mis corneas calcinadas, preferían verte; mente y corazón no se entendían cuando te pedía quedarte.
El polvo caía y se consumía, la lluvia fecunda y da vida a lo incierto, la tierra, los muertos. Crecías, volvías y decías ser tú, cuando el lugar ya no parecía un huerto. Y volvías, serías de nuevo el instante; ni nombres, ni fechas, ni lugares. Yo juego canicas y te veo sentarte, siempre tan cerca como para alejarte, siempre tan lejos, en todas y en ninguna parte; siempre tan cerca lo lejos.
Maravillosos minutos de vida entre tus manos; entre mis manos mi vida quemarse y quemarse. Quemarse que para ti es seguir iluminando, amo aquella decisión de querer algo y soñarlo, pero tú sencillamente lo haces. Ases, kas de corazones, una de tréboles, ¡cuánta suerte! Abunda en esta leyenda, cual “Tunda” que intimida a la espera del que confunda la suerte con la vida y nada entienda.
Mery, Adela, Anhee, siempre así, sin nombre, sin rostro; sin ser, ¡me desesperas! Vienes me tocas y vuelvo a ti aunque estés en llamas y hieras, aunque dejes llagas, y aunque no sean ni las últimas ni las primeras…o aunque simplemente no vuelvas a mí. ¿O sí?
Si que vuelves, polvo del romance, mi danzarina vida en trance –¡usted solo dance!- todos le suelen decir. La vida es apenas un giro entre sus frases. No me lances ni me abraces, de cualquier modo soy de ti. Lejos danzas, polvo mío, resto en llamas y yo sin saber si sea Ariel, Abdul o Luis. Cuando no hay nombres para el amor de la vida, mientras sea compañía de seguro estará ahí.
Ahora me fijo que tus restos se han terminado de consumir. Lejos de ir, vengo; de caer, me elevo; de marcharme, espero. Espero aún por ti.
Luego vi que la noche se ha iluminado, nuevas llamas en el valle se han sumado y las llagas en el tiempo van quedando entre cuentos que son polvo y que regresan, en sin fin.

Yo de ti o tú de mí, tantos nombres, tantos días, realidades…ahora prefiero dormir un día caliente por tus cenizas a vivir una vida sin poderte sentir.